En las alturas de Isle Royale con mi hermano y mis queridos sobrinos |
El
lago Superior, el mas grande de los grandes lagos, no solo es inmenso; es
inmenso, frio y profundo. Los cinco -Superior,
Michigan, Huron, Erie y Ontario- son toda el agua que uno puede imaginarse y un
poco mas, azul infinito, son mares con corrientes y olas, con islas, faros,
peninsulas, tormentas y naufragios. Juntos, los cinco lagos, suman
el 20% del agua dulce del planeta. Tan
grandes son, que si el agua que contienen se distribuyera de manera
uniforme alcanzaria para sumergir a todos los Estados Unidos, a todo el pais,
bajo tres metros de agua. El lago
Superior, el mas septentrional, no es solo el mas grande de los cinco sino
tambien - tiene dos veces el tamano de Suiza- el mas grande del mundo.
Al norte del lago, en una esquina muy
cerca de la frontera con Canada, queda Isle Royale; una isla timida, una
pincelada apurada que dejo la ultima era glacial. Isle Royale es un secreto, un mundo olvidado,
el recuerdo de lo que eran los lagos y sus islas antes de que los transformara
la curiosidad y el hambre de los primeros colonos, antes de que Lewis y Clark
se animaran a aventurarse al oeste, la memoria de lo que fue el paisaje antes
de que las carreteras, los ferrocarriles, los puentes y las ciudades cambiaran
para siempre el rostro del Midwest. En
Isle Royale, el parque nacional menos visitado de los 48 estados contiguos, se
detuvo el tiempo; en la isla no hay carros ni carreteras, no hay pueblos ni residentes,
no hay grupos grandes -ni medianos- de turistas, no hay -aunque parezca
imposible- senal de celular. Isle Royale
tiene menos visitantes en un ano de los que tiene Yosemite en un dia. Alli, al puesto de guardaparques de Windigo
en el extremo occidental de la Isla, llegamos una nublada tarde de agosto a
bordo de un viejo hidroplano, mi hermano, mis tres sobrinos y yo. Cuatro Grunbergs y un Goshen, todos frescos y
sonrientes, con nuestras mochilas pesadas, nuestras carpas recien compradas y
la ropa limpia, listos para explorar la isla, para hacer una pausa -una
verdadera pausa- y pasar cinco dias entre pinos, helechos y abedules espiando
alces, comiendo frambuesas silvestres, riendonos de chistes que solo nosotros entendemos,
listos para caminar un poco mas de treinta millas con nuestros enseres a
cuestas, confiados de nuestras pantorrillas, orgullosos de nuestras rodillas, listos para celebrar el azar de haber nacido
familia y nuestras ganas de seguir siendolo.
Impaciente yo de darme el lujo de tenerlos cinco dias para mi solo,
cinco dias de ser tio, cinco dias de maravillosa "tiandad".
Hace anos, treinta tal vez, lei en alguna
revista una nota sobre la extrana convivencia de lobos y alces en una isla en
medio de un lago; alces y lobos que hacia muchas decadas habian cruzado desde
tierra firme caminando sobre el hielo. Hablaba el articulo sobre la perseverancia de
un punado de cientificos que, haciendole caso omiso al frio, pasaban temporadas
enteras de invierno (ininterrumpidamente
desde 1957) anotando con paciencia en sus cuadernos los habitos de los
animales, los vaivenes de la naturaleza, la secreta y delicada danza de los
lobos y alces, el precario equilibrio de Isle Royale. Quedo grabada de inmediato en mi cabeza la
idea de ir un dia, de visitar la isla, de pasear por sus lagos interiores, de
recorrer las montanas y los bosques que aparecian en aquellas fotos. Hace unos meses, como ocurre a veces, de
repente y sin ninguna razon en particular, llego el momento. Llame una noche a mis tres sobrinos, Arie
(25), Meyer (20) y Nadav (31), y a mi hermano, les conte brevemente de la existencia
de la isla y les di los vuelos que debiamos tomar. El 11 de agosto quedo agendada la cita en
Chicago.
Llegar
a Isle Royale no es sencillo: "es uno de los lugares mas remotos, lo mas
parecido a Alaska fuera de Alaska" me dijo por telefono Jon Rector, el
dueno de la compania de hidroplanos, desde su casa en Florida a mediados de
diciembre cuando llame a reservar. A la
isla se le puede llegar por barco desde Grand Portage en la costa de Minnesota o
por barco o hidroplano desde Hancock/Houghton en el Upper Peninsula de
Michigan. Para llegar a cualquiera de
las dos ciudades hay que tomar por lo
menos dos vuelos. Nosotros decidimos hacer el ultimo segmento en
hidroplano para ahorrar tiempo (el viaje en bote puede durar hasta 5 horas y
media) y para disfrutar de la vista. Royal Seaplanes es una linea de un solo avion
(construido en 1974) que en verano vuela 8 o 10 veces al dia de Houghton a la
isla. Jon es el dueno y uno de los dos
pilotos, su esposa la gerente de operaciones.
Arie
y yo llegamos a Chicago en el primer vuelo de Newark y nos encontramos en el
aeropuerto con el resto de la familia que habia viajado de Miami la noche antes. La pantalla de United titilaba anunciando que
nuestro vuelo al Upper Peninsula tenia un retraso de tres horas. No
sospechabamos en ese momento que el viaje a Hancock, que normalmente toma 50
minutos, nos tomaria seis horas. Despegamos
de Chicago en un vuelo totalmente lleno. Todo
iba bien hasta que comenzando el descenso el piloto nos advirtio que el
aeropuerto, que no tiene torre de control, estaba cubierto de nubes. Nosotros, y el resto de los pasajeros,
asomados por las ventanas, arropados por una cortina blanca, no habia ni
siquiera un resquicio, un pequeno agujero en las nubes por donde ver un arbol,
una vaca, un pedacito de tierra. Segundos
antes de aterrizar, con las ruedas afuera y el avion en total silencio, el
piloto decidio abortar el aterrizaje y ascender apurado. "Lo siento mucho" escuchamos
atentos al rato, "las condiciones metereologicas son muy malas y la
gasolina que tenemos nos impide intentar de nuevo, tenemos que volar a Central
Wisconsin". "Central Wisconsin" repetiamos
mientras buscabamos la revista de United para ubicar el aeropuerto en el mapa.
Cuarenta minutos mas tarde aterrizamos en medio de campos de maiz y nos bajamos
en el pequeno aeropuerto de Central Wisconsin que aun no habiamos encontrado en
el mapa. La mayoria de los pasajeros,
los del Midwest, estaban de muy buen humor, sonrientes, comprensivos,
acostumbrados a los caprichos de las nubes y al mal tiempo. El terminal donde
estamos esta vacio, ya no hay mas vuelos.
En medio de la sala hay una vitrina con las principales atracciones de
la ciudad, hay una foto -no sabemos bien por que- de una familia de coneheads. "Todos a bordo, me acaban de avisar que
se despejo el aeropuerto" nos dice el capitan y nos montamos de nuevo en
el avion que nos llevaria finalmente a Hancock.
"Seran solo 28 minutos de vuelo" nos dicen desde la cabina
mientras ascendemos en medio del cielo azul.
Cuarenta y ocho minutos mas tarde nos dice el piloto que intentara
aterrizar pero que las nubes han vuelto a cubrir la pista. Comienza el descenso, el avion dentro de una
yogurtera, puro blanco y mas blanco.
Salen las ruedas otra vez y el avion sigue descendiendo. Afuera no hay nada de visibilidad. Cuando estamos a segundos de aterrizar el
piloto aborta la maniobra, acelera los motores y sube casi verticalmente. "Lo siento mucho" nos dicen de la
cabina, "las nubes y la poca gasolina que tenemos nos obligan a volver a
Central Wisconsin". Los pasajeros, la mayoria del Midwest, siguen sonrientes,
comprensivos, felices. Cincuenta minutos
despues (que debieron ser 28) aterrizamos en Central Wisconsin. Bajamos al aeropuerto y nos reciben los
mismos dos empleados, nos advierten que no podemos salir del pequeno terminal. A la media hora aparece el piloto y nos dice
que se despejo Hancock, que tenemos 99.99% de posibilidad de aterrizar y, por
supuesto, que el vuelo solo durara 28 minutos.
Todos al avion, nosotros con ganas de quejarnos con United, los demas
pasajeros, los del Midwest, felices, contando historias de tormentas y granizo,
de aterrizajes complicados y de nevadas a comienzos de septiembre. Todos a nuestros puestos, a Arie -el de
mejor olfato- le toca justo al lado del bano, despegamos de nuevo. Cincuenta minutos mas tarde comienza el
descenso. Afuera todo blanco y espeso,
la gente sonrie fingiendo que no pasa nada, el avion continua bajando y
nosotros asomados frunciendo la frente tratando de encontrar el huequito en el
cielo por el que pasara el avion. Salen
las ruedas, la gente sonrie anorando Central Wisconsin, el avion sigue bajando,
las nubes igual de cerradas, nos seguimos acercando hasta que de repente -cinco
segundos antes de llegar- aparece la pista y aterrizamos. Los pasajeros, los de Nueva York, los de Miami
y los del Midwest, aplaudimos emocionados como cuando se aterriza en Caracas.
Como era de esperarse, nuestro vuelo en
hidroplano a la isla habia sido cancelado, asi que no tuvimos otra opcion sino
quedarnos a dormir en la pequena ciudad para salir al dia siguiente. Nos recomiendan un modesto hotel al que
bautizamos Ramadan Inn por el hambre que tenemos y nos dan el nombre de una
compania de taxi que nos cobra como si hubieramos tomado un Uber en Manhattan
en medio de una tormenta de nieve un 31 de diciembre a las 11.59 de la noche. Solo queda una habitacion en el hotel asi que
nos acomodamos los cinco en tres camas, dejamos la mochilas y bajamos a
comer. El bar del hotel esta lleno, somos los unicos
que no tenemos tattoos, que no odiamos al gobierno federal, que creemos
ingenuamente que Obama nacio en Hawaii, somos cinco Jewish-Hispanics rodeados
de Second Amendment people. Comimos y
tomamos contentos, habia comenzado nuestro viaje.
Houghton/Hancock |
En el hotel preparandonos |
Hancock/Houghton son dos ciudades siamesas unidas a la altura del estomago por un puente fotogenico que va sobre la bahia de Keweenaw. Fundadas a mediados del siglo XIX, la principal actividad economica de la region fue por muchos anos la mineria del cobre. Hoy, dos universidades (Michigan Tech y Finlandia University, si Finlandia!) y algo de turismo, son la fuente de trabajo de los locales que, incluyendo las areas vecinas de la peninsula, suman unas veinte mil personas. Nos tomamos la manana para pasear por la calle principal visitando tiendas y tomando cerveza artesanal. "Tengan cuidado con las gaviotas" nos advierte la mesonera de la cerveceria cuando salimos a la terraza, no nos quiere vender mani porque dice que, como en la pelicula de Hitchcock, una parvada de miles de pajaros nos va a atacar. Saque unos quesos que traje de Nueva York (Arie felicita a Henry por la idea) y a libar. Varias rondas mas tarde salimos apurados a almorzar (tacos de pescado de lago) y de alli al aeropuerto para tomar el vuelo a la isla.
Mis tres sobrinos (el cuarto no es) |
Isle
Royale jamas ha tenido asentamientos humanos permanentes. Paradojicamente, la
pobreza de la isla ha sido su mayor riqueza.
La ausencia de especies valiosas de madera como el pino blanco, el suelo
pobre para la agricultura, la poca calidad de los yacimientos de cobre, las
pequenas poblaciones de mink y castores, la escasez de recursos naturales y lo
remoto de su ubicacion la protegieron del desarrollo descontrolado. Los
primeros que la visitaron, en pequenos numeros y esporadicamente, fueron indios
de tribus locales en busca de cobre. Comenzando
en el siglo XIX algunos pescadores -de Suecia y Noruega en su mayoria- ocuparon
la costa. Al mismo tiempo, algunas minas y companias madereras construyeron
campamentos, precarios todos, que nunca llegaron a prosperar. Isle Royale, como
lo delata su nombre, fue arrebatada muy temprano a Canada en un descuido. Unas decadas mas tarde fue cedida por Ohio a
Michigan como parte del acuerdo que dio fin a la guerrra de Toledo. Detroit, de quien dependia y sigue
dependiendo politicamente, fue siempre una referencia lejana, una metropoli
ausente. Alrededor de 1860 la isla fue
redescubierta como un lugar de veraneo.
Se construyeron algunos hoteles y casas donde visitantes de alta clase
social iban a pasar temporadas de vacaciones.
Es entonces cuando nace la idea de convertirla en parque nacional. El cabildeo incesante de algunos de quienes
la visitaban, temerosos de su destruccion (en 1936 un incendio aparentemente
provocado por la compania maderera ardio por tres meses y consumio un quinto de
los bosques de la isla), logra que el Congreso designara la isla como Parque
Nacional. En la primavera de 1940 abre
por primera vez al publico. Los pocos habitantes que quedaban en la isla, en su
mayoria pescadores, recibieron autorizacion para seguir utilizando sus casas y
cobertizos por el resto de sus vidas. El
ultimo de ellos fallecio en 1984.
Isle Royale bajo el ala |
El
joven Tomas, el simpatico piloto de nuestro modesto hidroplano, nos da los
salvavidas y se monta al avion. Tomas,
que habla espanol porque su mama es peruana, nos explica que seran unos treinta
minutos de vuelo. Tenemos que dividirnos
en dos grupos porque no caben mas de tres pasajeros en el avion. A los pocos minutos estamos rodeados de azul,
del inmenso azul del Lago Superior.
Desde los dos mil quinientos pies y hasta donde alcanza la vista solo se
ve agua. El vuelo es una especie de rito
iniciatico, la perfecta transicion de la "civilizacion" a la
"naturaleza", la unica manera -perfecta en realidad- de cruzar el
umbral que separa a la isla del resto del mundo. Pasamos la mayor parte del vuelo en silencio
admirando el paisaje, nos emocionamos cuando vemos el perfil de la isla en el
horizonte. Alli esta, verde, alargada, cubierta por un
manto de pinos despeinados, asoleandose distraida a un costado de Canada. Tomas hace algunas maniobras para que veamos
la proa de un viejo barco hundido (uno de decenas que naufragaron alrededor de
la isla), nos muestra el viejo faro que protegia la entrada de la bahia y
comienza a descender para amarizar (que supongo asi se dice aunque se trate de
un lago). Saltamos al muelle,
"Adios" nos dice en buen castellano, y lo vemos despegar en busca de
mi hermano y el resto de los sobrinos.
Arie y yo nos quedamos contemplando maravillados el agua y el cielo, el
verde y el azul, la calma de esta isla a la que nunca llego el apuro. Windigo, donde comienza nuestra aventura, es
la mas pequena de las dos estaciones de guardaparques que tiene la isla. Isle Royale es el parque nacional menos visitado
de los Estados Unidos. El poco volumen
de visitantes y su aislamiento la han protegido de especies invasivas y de
enfermedades que han acabado con la flora y la fauna en otros lugares. Algunos de sus cincuenta lagos internos,
separados del Lago Superior hace miles de anos, aun mantienen subespecies que
son endemicas de la isla. En Isle Royale los murcielagos no tienen el sindrome
de la nariz blanca, los alces no mueren infestados de garrapatas de invierno, no hay rastros
tampoco de Lyme disease. No muy lejos del muelle encontramos el puesto
de guardaparques en el que debemos registrarnos. Hay que pagar 4 dolares al dia por persona,
darles nuestra ruta detallada y escuchar una charla que parece un capitulo de
Plaza Sesamo sobre las reglas que hay que seguir en la isla. Cuidado con el "little litter" nos
advierte la joven guardabosque, todo lo que traen debe volver con ustedes, no
hagan ruido despues de las diez de la noche, sean considerados con los demas
excursionistas. Estamos comprometidos
con la causa.
Arie
y yo escogemos el lugar donde acamparemos y volvemos a esperar al resto del
grupo. Vemos el avion a lo lejos. "Adios" les dice Tomas, aun en mejor
castellano porque hoy ha podido practicarlo; Henry, Meyer y Nadav en el muelle
como nosotros hace una hora, disfrutando del paisaje, hipnotizados con la vista
desde este lado del umbral.
Aun
cuando ninguno de nosotros es un experto en camping y la preparacion del viaje
fue algo improvisada, logramos montar las dos carpas y estamos listos para la
primera cena. Meyer anuncia que
preparara un Tuna Flambe, un sofisticado platillo que aprendio en el ejercito
en Israel y que consiste en prenderle fuego a una servilleta que se coloca
sobre una lata de atun abierta. Todos lo
miramos atentos -y hambrientos-, algo escepticos confieso, mientras enciende la
servilleta llena de aceite. Al rato se
confirman nuestras dudas, el Tuna Flambe no es un exito. Arie le pregunta a su hermano si es la
primera vez que lo prepara. Meyer,
frustrado como un chef que ha perdido una estrella Michelin, no esta muy
contento con la pregunta. Por suerte
tenemos Beef Jerky, Gu energy gel en los mas horrendos sabores, marshmallows,
huevo deshidratado, salchichon kasher curado con textura de styrofoam y otras
delicateses.
Gourmet Dining |
Nos
despertamos arrullados por la lluvia, un verdadero aguacero. Hemos decidido hacer la ruta de Feltmann,
un circuito que comienza y termina en Windigo y que recorre todo el extremo
suroccidental de la isla. En total son
algo mas de treinta millas en tres dias de caminata. El primer dia es el mas corto, son un poco
menos de diez millas hasta Feltmann Lake, un lago interno en cuyas orillas
acamparemos. Esperamos a que escampe y salimos
a caminar. El primer tramo del camino es
al borde del lago por un estrecho sendero rodeado de pinos y musgo, de arbustos
con miles de frutillas de colores, es un paisaje espectacular. Vamos con mucho peso, entre otras razones,
porque nos hemos abastecido de agua potable en Windigo. Si bien hay agua por doquier, la
recomendacion es filtrarla antes de tomarla por el riesgo de contraer parasitos
que se encuentran en las heces de los Alces, "tape worms" que leemos
pueden aparecer -pesadilla de los hipocondriacos- decadas despues en forma de
quistes en el cerebro y otros organos.
Nosotros vamos equipados con varios filtros y cargados con muchos litros
de agua segura que recogimos en Windigo.
Como ocurre siempre en estos viajes, uno va
hablando boberias en el camino, contando chistes, inventando historias. A los pocos kilometros de caminata ya hemos
reconstruido la vida de Mordejai Feltmann, el personaje ficticio en cuyo nombre
imginamos se bautizo el circuito que escogimos recorrer. Como no hemos podido
averiguar nada de el en internet no nos queda mas remedio que inventar: Mordejai fue un joven Lubavitch que decidio
hacer proselitismo donde ningun otro Lubavitch habia llegado, su pasion lo
llevo de Vilnus a los bosques del norte, a las orillas de Isle Royale por alla
por los anos cuarenta cuando aun quedaban pescadores escandinavos y no se habia
fundado todavia el Estado de Israel. Al
poco tiempo de llegar, Mordejai desaparecio inexplicablemente. Su mama (de 112 anos) aun lo espera en
Brooklyn con un plato de gefilte fish recien hecho. Desde entonces, se han recogido testimonios
de excursionistas que dicen haberlo visto a lo lejos con una barba larga y
blanca cargando un lulav en una mano y un etrog bajo el brazo, otros cuentan
haber escuchado un shofar en las noches de luna llena, algunos hablan de una
alcancia de Keren Kayemet enterrada bajo un arbol con tesoros
indescriptibles. El caso es que el
espiritu de Feltmann no acompano durante todo el viaje, nos entretuvo imaginarlo,
jugar a que nos perseguia, a que nos tropezariamos con el a la vuelta del
proximo arbol.
El
primer dia fue mojado, muy mojado.
Despues de una hora de caminata comenzo a llover torrencialmente de
nuevo y no escampo hasta que llegamos al campamento. A medio camino decidimos hacer una pausa, a
Henry se le ocurrio que podiamos hacer una casita con la lona que compramos,
que mis sobrinos podian ingeniarselas para construir rapidamente un refugio
mientras el y yo nos cubriamos de la lluvia.
Nos equivocamos, mis sobrinos no tienen ese talento. Nos rendimos luego de muchas risas y varios
intentos, de varios disenos fallidos (el de dos aguas de Nadav, entre otros),
todos los esfuerzos terminaron en una telarana de cuerdas mal amarradas, la
lona apurrunada, todos empapados. Mejor
seguir caminando.
En
el sendero de arboles maravillosos y helechos prehistoricos encontramos los
restos de un alce, las vertebras blancas, la cabeza y, a un lado, la cornamenta
inmensa y pesada, algo marron todavia, humeda por supuesto. Aunque seguramente fue una simple gripe o la
vejez la que mato al pobre alce, preferimos imaginarnos que fueron los lobos,
los pocos lobos que quedan, quienes acabaron con el. Ese dia descubrimos que las botas
impermeables no son impermeables, que la ropa de excursion se seca rapido
solamente si estas en el desierto, que el beef jerky sabe a gloria y que el
atun y los gus no tanto. Llegamos al
campamento al final del dia, dejamos caer las mochilas pesadas, armamos la
tienda de campana, colgamos las hamacas y me fui a nadar en el lago Feltmann,
un lago interno donde hay buena pesca, abundan los alces, y viven felices las
sanguijuelas. A pesar de que hay unas
quince especies de sanguijuelas en Isle Royale, y que nos advirtieron que son
osadas e implacables, me lance al agua fria a nadar confiado de que a mi esos
bichos de la edad media no se me pegarian.
Fuera del agua despues del chapuzon (o "champuzon", como creia
mi sobrino Arie que se decia) descubri una docena de pequenas sanguijuelas
haciendo fiesta entre los dedos de mis pies.
Una a una fui sacandolas con la paciencia de un medico del medioevo,
horrorizados mis sobrinos y mi hermano prefirieron no banarse. De Miami habia traido Henry una cana de
pescar que para ese momento, luego de tres aviones y una larga caminata, estaba
toda enredada. Por suerte, no lejos de
nosotros acampaba Eric, un amable minesotano que desenredo el carrete y nos
enseno a usar la cana. En mi segundo
intento siento un jalon y veo -incredulos todos- un pez que ha mordido la
carnada. Ya tenemos la cena, un lucio de
buen tamano (Northern Pike) que mi hermano limpia con destreza y cocina a la
perfeccion en un papel aluminio alinado con sopa israeli deshidratada. Al rato nuestro vecino, no Eric sino el de el
otro lado, un senor de barba blanca que bautizamos Moosedejai, viene a
avisarnos que hay un Alce al borde del agua.
Corremos emocionados a verlo, alli esta, imponente, muy cerca de
nosotros, tranquilo, amable, a unos metros de nosotros caminando lentamente
entre los juncos con su cornamenta de rey, perfecto sobre el cielo de la tarde,
puro terciopelo. Esa noche compartimos
el whisky que Nadav trajo y que cuida con recelo, contamos chistes (buenos
chistes), hablamos de la caminata de ese dia y de la de manana, descansamos
nuestros pies palidos de muerto mientras saboreamos marshmallows del mismo
color.
Feltmann Lake (hogar de las sanguijuelas) |
El
segundo dia de excursion son un poco mas de diez millas. La primera parte se camina por un desfiladero
desde donde se ve todo Feltmann Lake. Es
un dia azul de cielo despejado y temperatura perfecta. En el punto mas alto del
acantilado hay una esquina donde para sorpresa de todos hay senal de telefono,
todos llamamos a nuestras novias y esposas mientras que Meyer, impaciente,
revisa los resultados de los Marlins. El
paisaje es distinto al del primer dia, grupos de pinos inmensos se alternan con
secciones del camino de pequenos arbustos y vegetacion de pradera, de grama y
tierra marron. El camino es
agotador. Cada tanto nos detenemos a
descansar, nos echamos en los "plop pads", como llamamos a los
recodos al borde del camino donde caemos agotados como mulas de carga, nos
paramos a tomar agua, hacemos pequenas siestas, revisamos el GPS para ver
cuanto falta. No importan los mosquitos,
no importan los ejercitos de babosas que se nos montan encima, seguimos poco a
poco con mucha perseverancia. El paisaje
va cambiando a medida que nos acercamos a la bahia de Siskiwit; al bajar del
acantilado nos encontramos rodeados de helechos y al poco rato de bosques
jovenes de fresnos y alamos. La luz se
derrama entre las ramas, miles de tonalidades de verde entretejido de blanco,
huele a sombra. Caminamos analfabetos en el bosque entre arboles y plantas
cuyos nombres desconocemos (aunque podemos reconocer de lejos, con solo ver las
luces, el modelo de casi cualquier carro), caminamos deslumbrados por el
espectaculo de colores, con la mirada del forastero, del extraviado; asombrados
-en ambos sentidos- bajo tantas ramas y hojas. Finalmente, luego de muchas paradas y con muy
poca agua, vemos en la distancia, entre los matorrales, el reflejo del sol en
el azul profundo de Lake Superior. Dejamos caer las mochilas y saltamos al agua
fria (poco importan las sanguijuelas), sacamos el filtro y bebemos como caballos sedientos hasta
saciarnos, chapuzon de dioses. Nos
acostamos sobre las rocas calientes de la orilla de cara al cielo con los ojos
cerrados, un spa al final de un largo dia, "pure bliss" al lado de
mis sobrinos, el tiempo se detiene, estamos seguros que es el mejor - tal vez
el unico- trecho de playa del planeta.
Champuzon en Lake Superior |
Spa by the lake |
La
tiandad es magica. Mucho se ha escrito
sobre la paternidad pero muy poco, que yo sepa, sobre la tiandad. Tanto asi que, curiosamente, no hay palabra
para nombrarla. El tio no es papa, no
debe serlo, no aspira a serlo, no quiere serlo.
El tio -suerte de actor de
reparto en el elenco familiar- puede mimar, aleccionar, besar, reganar, hacer
cosquillas, ayudar a hacer tareas escolares y jugar beisbol pero tambien puede
no hacerlo, puede pasar desapercibido.
Ser tio, sobre todo a los 15 anos como lo fui yo, permite vivir los goces
de la paternidad sin ansiedad, sin responsabilidades, no hay ninguna obligacion
de los tios -que yo recuerde- en todo el Codigo Civil. Un sobrino es un hijo que no se porta mal,
que no hace berrinche, que aprende a hablar de un dia para otro, que tiene de
repente los gestos de mi hermano, de mi hermana, de mis cunados
("obvio" diria Nadav), un bebecito que te hace tio y a tus padres
abuelos, que crece y se hace hombre (o mujer) mas rapido de lo normal, que se
gradua y se casa sin pedirte permiso, que te hace tio-abuelo cuando todavia
estas cambiando panales a tus hijos, que te hace sonreir cuando te llaman a
saludar o a pedir un consejo, que te besan en publico aunque sean grandes y
barbudos. Los sobrinos conocen las
intimidades de la familia, los codigos secretos, el acento y las historias del
abuelo, saben quien fue Carmen y la quieren, sienten nuestras ausencias -aun
las de quienes no conocieron-, saben por que nos gusta el whisky y el beisbol,
la arepa y el pepino encurtido, escuchan atentos las anecdotas de nuestra
infancia, nos dan la oportunidad de hacernos heroes, de exagerar los cuentos,
de ser -es nuestro turno ahora- los autores de su prehistoria. Me encanta ver a mis sobrinos siendo
hermanos, siendo primos de mis hijos, me encanta escuchar sus voces al
telefono, abrir la puerta de la casa y verlos entrar y abrazarlos, me encanta
escucharlos, echarles broma, ver el entusiasmo con el que se hacen adultos sin dejar
de ser ninos. Los veo con carino, con
ganas de que el tiempo pase lento, alli estan los tres lanzando piedras al agua
a ver quien logra rebotarlas mas veces, entretenidos, tan Grunberg -cada uno a
su manera-, tan nosotros, tan ellos.
Esa
noche, la ultima antes de volver a Windigo, cocinamos toda la comida de
astronauta que nos quedaba: Strogonoff deshidratado, pollo deshidratado, curry
deshidratado, helado deshidratado. Todo
sabe a gloria, la "salsita de hambre" -como decia la abuela de mis
amigos Salas- hace que todo sepa de maravilla.
El atardecer es hermoso, nos tomamos los selfies de rigor durante el
"golden hour" y a dormir.
Arie, que ya ha aceptado la idea de que su ropa no estara limpia, duerme
como un angelito conmigo y Meyer en la carpa. Su papa y Nadav, a la manera de los mas recios
llaneros, afuera en sus hamacas.
El
ultimo dia de caminata comienza por la arena de la playa bordeando el lago,
cruzamos un rio por un puente de madera y nos internamos en la maleza. Otros
excursionistas nos confirman que podemos comer las frambuesas que crecen al
borde del camino y nosotros, cual venados, no paramos de pararnos a comerlas,
casi que las sacamos con la boca directo de los arbustos. Llevabamos dias viendolas con ganas pero no
nos atreviamos a tocarlas. Son
deliciosas, exquisitas y -ademas- nos queda poca comida. Al borde del sendero encontramos algunos
restos de las antiguas minas de cobre, un pozo profundo, escombros de casas, montanas
de piedras, restos del fracaso de esa fiebre del cobre que quedo en un
quebranto. Vamos por una subida que nos
llevara al famoso Greenstone Trail, la ruta que va por el lomo de la isla, por la
espina dorsal que va de un extremo a otro y que nos llevara a Windigo (con
suerte antes de que cierre la tienda). Asi es, nuestro objetivo del dia es hacer las
12 millas lo suficientemente rapido como para llegar a comprar comida en la
pequena bodega de Windigo que cierra a las seis en punto, debemos
apurarnos. Arie y yo nos separamos con
la mision de asegurar que al menos dosde nosotros llegaremos a tiempo, nos
despedimos como si fuera la expedicion de Shackelton, nos decimos adios a la
sombra de unos pinos a medio camino, nos repartimos la poca comida que queda,
nos deseamos suerte, el Windigo Express sale veloz al rescate del grupo. Arie y
yo vamos a buen paso haciendo apenas algunas paradas para comer frambuesas
salvajes y tomar agua. Luego de una
subida fuerte la pendiente es hacia abajo, un manto de arboles nos cubre del
sol. Vamos contentos pero cansados, sucios,
olorosos, hambrientos. La sensacion al
llegar al final siempre es maravillosa, "we made it", hacemos un high
five, escogemos el lugar del campamento (justo se nos atraveso una ardilla
gritona) y nos vamos corriendo a la tienda a tomar leche achocolatada fria,
vino blanco, sandwich de huevo, M&M y cerveza. Adios al gu de vainilla, a los tuna flambe de
Meyer y al beef jerky, atras quedaron los dias de mal comer. Una hora despues, mas o menos, mucho mas
rapido de lo que pensabamos, llegan Henry, Meyer y Nadav tambaleandose,
deseosos de unirse a nuestro picnic gourmet.
Duelen las piernas, duele la espalda, vamos
todos al muelle y nos lanzamos al agua fria, es hora del ultimo
"champuzon" del viaje. Esa
noche, la ultima, escuchamos una charla que da una guardabosque sobre
mosquitos, cuervos y murcielagos, comemos las ultimas provisiones y nos
preparamos para dormir. El cielo esta
estrellado y la luna esta hermosa, estamos -por unas horas mas- lejos de todo. Tomas vendra puntual a buscarnos en la manana
con su hidroplano balnco, muy pronto estaremos de vuelta en casa, lavaremos la
ropa, descansaremos los pies, veremos las fotos y nos parecera mentira que aun
existe un lugar como Isle Royale, que estuvimos alli, que ya paso. Yo, que ya extrano a mis sobrinos y que me
gusta viajar, he marcado la fecha de mi proximo viaje de tio. Acabo de contarles que ya no falta tanto
para nuestra proxima aventura, que pueden comenzar a empacar para nuestro viaje
a New Foundland el verano que viene.