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La Plaza Roosevelt desde nuestro balcon |
Puntualmente,
todas las mañanas a las 10 y en las tardes a las 4, se reúne la pandilla de la
Plaza Roosevelt. Llegan acompañados de
sus guardaespaldas, se ven de lejos y se reconocen, se encuentran los cuatro
secuaces alrededor de una pequeña fuente rodeada de flores, palmeras y árboles
inmensos que queda en el medio de la plaza, una pequeña fuente donde toman agua
las ardillas. La Plaza Roosevelt, no de
Teddy sino de Franklin Delano, es el punto de encuentro de la más temida mafia
de San Isidro. Nunca faltan; llegan los
cuatro algo despeinados, acaban de despertarse de su siesta, algo babeados, tambaleándose algunos, otros relajados en sus
coches, palanquines de cortesanos. El
primero en llegar es Vasco, de pelo negro y mirada profunda, siempre serio, vestido
de bluejean y camisa blanca (de bluejean abultado por el pañal). Vasco espera impaciente a sus compinches, va
y viene con la mirada fija y el ceño fruncido.
Sabe que sus amigos vienen pero igual aguarda preocupado. Al
poco rato llega Cayetana con un vestido rojo y zapatos blancos de patente, unos
cuantos dientes y su colita de caballo.
Se sonríe y va corriendo a abrazar a Vasco quien la recibe aliviado. Cayetana trata de darle un beso y Vasco hace
una morisqueta, no quiere que lo vean enamorado. “Quien es la reina?” pregunta su guardaespalda
y Cayetana sin vacilaciones se señala a si misma mientras persigue a Vasco. Por la esquina norte llega caminando Chapotín,
sí Chapotín, el miembro chino de la
banda, la conexión asiática, el puente con el oriente y sus misterios. Chapotín usa tirantes y tiene la camisa
afuera, tiene el pelo al rape y los ojos lo más de almendrados. Su
verdadero nombre nadie lo conoce, todos
lo llaman por su nom de guerre, por
el apodo con el que lo bautizó su creativa niñera: “Yo no se señor cual es el verdadero nombre de
Chapotín, es un nombre muy difícil, algo así como Chuan Hon Tin” es la
explicación oficial y la verdad es que al resto de la pandilla les da igual. Chapotín llega y comienza a dar vueltas con
Cayetana. Chapotín, de buen apetito,
siempre tiene a la mano un bocadillo, una lumpia, un helado D’onofrio o un
alfajor. Casi hay quorum, pronto
comenzarán las deliberaciones de hoy, hay temas que debatir, cosas que hablar,
cuentas que saldar. Los tres se voltean
cuando ven llegar al Marlon Brando de la plaza, al gran masón, al líder de la
banda, al rubio Benjamín alias “el Holandés” quien controla a su capricho –quien
iba a imaginarlo- los nexos cubano-venezolanos de la pandilla. Inmediatamente
comienza la reunión bajo la mirada indiferente de las autoridades y del
serenazgo de San Isidro que nada sospecha, parece a primera vista un encuentro inocente, una reunión
de niños. Se tropiezan y se jalan el pelo, se embarran
las manos y se las limpian en la fuente, acarician los perros que pasean por la
plaza. Hablan en código, “gruuu, wag,
hun, yuuuuu” dice Cayetana, "ahhhhhhhhhhh" grita el Holandés, Chapotín habla en chino (o así parece), Vasco callado, el Holandés bien
babeado. Así transcurre la reunión del
komintern, todos hablan al mismo tiempo, los ánimos se caldean, van y vienen
mociones, todos opinan, al final siempre se impone la calma. Ya es la cinco de la tarde y todos tienen que
volver, el tiempo vuela en la plaza. Se
despiden, Cayetana le da cinco besos a Vasco, Chapotin presta su lumpia,
Bejamín se sonríe mostrando sus encías mientras trata de morderse el pie
mostrando sus dotes de contorsionista.
Se guiñan el ojo, vuelven a citarse para la mañana siguiente. Ya todos saben, ha quedado acordado, que este sábado habrá una reunión
extraordinaria en casa del Holandés, es el cumplemes de Benjamín –cumple seis-
y su mamá quiere que la pandilla haga una pausa en sus labores, que se tomen al
menos un pequeño descanso, que por un
momento dejen de ocuparse de cosas serias y vengan a jugar un rato, que coman un dulce.
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De izquiera a derecha: Vasco, Cayetana, el Holandes y Chapotin |
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El Holandes |