En Madagascar una tarde hace ya tiempo

En Madagascar una tarde hace ya tiempo
no, no soy yo

jueves, 2 de mayo de 2013

Andamos Limando. Tercera Entrega: Me fui de polvos con mi mama y mi hermana



 

   Siempre he pensado que la segunda atracción más impresionante del Perú es Machu Pichu.  De piedra silenciosa, asomada al río Urubamba, con sus andenes y terrazas, imponente en medio del verde; la ciudadela de Machu Pichu es destino obligado de todos los turistas.  Aún así, a pesar de su magia y reputación, Machu Pichu no es el lugar más impresionante del Perú, esa distinción le corresponde a otro recinto maravilloso ubicado en el centro de Lima.   Allí donde termina el Paseo de la República, al costado de la Plaza Grau (el ubicuo Almirante Grau) no muy lejos del ya anciano hotel Sheraton, en las alturas de la avenida asomado al zanjón, rodeado de cevicherías y vendedores de frutas,  allí se yergue desafiante el majestuoso mercado de “Polvos Azules”, ciudadela comercial, laberinto de infinitas tiendas, refugio de bucaneros y piratas; Polvos Azules es la Somalia de la propiedad intelectual, Mogadiscio reencarnado en Lima. 

    Mi hermana y mi mamá vinieron de visita a Lima por unos días para mimar al pequeño Benjamín y aprovechar y conocer la ciudad.  Les hablamos, por supuesto, de la maravillosa ciudad escondida y quedamos en visitarla el fin de semana.  El domingo en la mañana nos alistamos los cuatro, Vanessa, mi mamá, mi hermana y yo, para ir de excursión a los Polvos Azules. 
         

 


     Yo, a estas alturas un avezado conductor por las calles de Lima, las llevé sin contratiempos a nuestro destino, una mole de varios pisos vistosamente pintada.   Paramos el carro en la azotea, bajamos una escalera y aparecimos en las entrañas de la criatura.  Polvos Azules es una galería inmensa de pequeñas tiendas (dos o tres metros cuadrados a lo sumo) ordenadas en una trama cuadricular a la manera de las primeras ciudades españolas, una colmena colorida, un festival de mercancía y miriñaques.  Perfumes y colonias (“señor, estos son originales importados de Panamá”), carteras “Luis Biton” y bolsos “Guchi”, champañas y vinos (me compré una botella de Tipo Pepe que tanto me recuerda a mi papá), toallas de colores, elegantes camisas (con el logo Lacoste más parecido a una iguana de Galápagos que al distinguido cocodrilo francés), relojes y electrónicos, teléfonos y accesorios (compramos estuches para nuestros celulares), chocolates importados y dulces peruanos, artesanía (llaveritos de llamas, toritos, tapices y telas), todas las películas del mundo a dos dólares (las que están ahora en las salas de cine en NY, las andanzas privadas de Paris Hilton con sus novios, las últimas series de televisión y las películas de arte y ensayo más difíciles de conseguir); mucha muchísima gente atareada regateando, todos en trance, gastando, familias paseando con racimos de bolsas en la manos, todos participando de la joven bonanza del Perú.   En una esquina hay un cubículo con una bandera de Venezuela con un anuncio que dice “se reciben cupos de Cadivi”. Un  peruano astuto invitando a sus hermanos venezolanos a que utilicen sus tarjetas de crédito.  Se trata de fingir una compra para que luego se les devuelva al cliente –descontada una módica comisión- el dinero en efectivo.  Uno de los canales que ofrece el socialismo bolivariano para que sus ciudadanos puedan disfrutar de dólares subsidiados. 
 

     Polvos Azules es testimonio del espíritu emprendedor y la energía inigualable de la economía informal, apología y rechazo del capitalismo, una suerte de criatura que libre de las ataduras de los aranceles, de la obligación de pagar impuesto y de la antipáticas normas de propiedad intelectual, crece y se multiplica descontroladamente dándole sustento a miles de personas.  Las autoridades se hacen la vista gorda, para la policía, la administración tributaria y los tribunales, Polvos Azules es zona franca, nadie le presta atención a las menudencias de la ley (entre otras, a las cláusulas leoninas de los tratados de libre comercio con las que Estados Unidos esperaba ilusamente controlar la pirateria), nadie fiscaliza las mercancías, nadie exige facturas, nadie se atreve a estrangular al gran bazar.  Que otro sea el que detenga la fiesta.  En unos meses cuentan que inauguraran un mercado mas grande, mas imponente aun que se llamara "El Megapolvo". 
      En Lima de hecho abundan los Polvos; además de Polvos Azules –el más grande hasta que abra el Megapolvo- hay, al menos que yo sepa, un Polvos Rosados y un Polvos Morados.  He preguntado muchas veces el origen del nombre y nadie, no sé si por pudor o por ignorancia, ha podido darme una buena pista.  Todos se sonríen, se les ocurren posibles explicaciones,  pero por decencia terminan diciendome que no saben.   La verdad es que el origen del nombre es mas simplon de lo que imaginamos; data de 1573 cuando el cabildo de Lima le otorga a un tal Gaspar de los Reyes, zurrador o surtidor de cueros, el monopolio por tres anos para curtir cueros de color azul.  A partir de ese momento la calle del negocio de Gaspar pasó a llamarse calle de los Polvos Azules y como allí se ubicaron originalmente los comerciantes terminaron adoptando el nombre de la avenida.  El actual Polvos Azules, que ya no está en la misma calle pero conserva el nombre, abrió sus puertas en 1993 luego de que un incendio acabo con la sede anterior.  
 
      Cómo se la historia del nombre?  La leí en su página de Facebook que tiene casi cincuenta mil seguidores.  Me hice amigo de los Polvos hace ya un tiempo.  Mi mama y mi hermana sospecho que lo haran muy pronto.