En Madagascar una tarde hace ya tiempo

En Madagascar una tarde hace ya tiempo
no, no soy yo

domingo, 9 de junio de 2013

Andamos Limando. Quinta entrega: Ronald, ese hombre si camina

Banda musical a las puertas de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao

Ronald es alto, mide un metro ochenta y seis tal vez, usa sombrero (uno distinto cada vez) y siempre lleva en la mano un maletín negro en el que guarda, entre otras cosas, un tubo plástico de protector solar.  Ronald es un poco mayor que yo, unos 48 años tal vez, fue editor de una revista de arquitectura y es un apasionado de la genealogía Inca.  Ronald es calvo y algo tímido, tiene un asomo de barba en el mentón y camina dando grandes zancadas.  Hace unos años, cinco creo, que Ronald llegó a Lima en un vuelo de KLM buscando hacer una pausa, tratando de cambiar de paisaje, tomando un descanso de Europa y de su Holanda natal.  Un emigrante más agobiado por los largos inviernos del norte y la senilidad del viejo continente, desalentado por la falta de sorpresas, decepcionado del Euro y el Banco Central Europeo,  adormilado por lo fácil que es predecir el futuro en la Haya o en Delft.  Hay muchos Ronalds en Perú, turistas variopintos  que decidieron quedarse, que llegaron una tarde y aún no vuelven a casa.   Me imagino que a Ronald lo habrá seducido por igual el sabor del ceviche – primo hermano del arenque callejero que se come en Amsterdam-, las sorpresas de la zona torrida y algo del caos limeño.  Vino con sed de redescubrir lo olvidado, de rescatar las memorias que amenazan con desvanecerse.  

Ronald el caminante

A Ronald lo conocí por un golpe de tecla una tarde de ocio.  Buscaba yo a un guía para conocer las calles de Lima, quería pasear por mi vecindario y por otros más alejados con algo de método.   En mis numerosas visitas a Lima había tenido la oportunidad de explorar la ciudad pero desordenadamente, de reojo y apurado.  Mis ganas por conocer Lima no encontraron gran eco en mis amigos limeños, cuando les hablaba de salir a caminar y explorar la ciudad a pie me miraron confudidos, algo preocupados: “ya Daniel, tienes que tener cuidado porque tienes mucha cara de gringo”.   Ocurre a menudo que quienes nacen y viven en un mismo lugar van y vienen anestesiados, distraídos, poco atentos a lo que los rodea.  En una ciudad como Lima, tan grande y caótica, tan claramente segmentada en clases sociales, la apatía de los locales es aún mayor.    Hice varias búsquedas en Google hasta que apareció una nota sobre “Lima Walks” en Tripadvisor.  Encontré un link que me llevó a la página de Ronald donde hay un menú de 15 “walking tours” (en grupos o privados) que van desde la Lima pre-colombina hasta la Lima contemporánea, desde Miraflores y Barranco hasta la Plaza San Martín y Rimac.  En ese mismo instante le escribí un correo y comencé a bloquear fechas en mi calendario.  Tenía que comenzar a recorrer la ciudad y que mejor manera de iniciarme que siguiendo los pasos del intrépido Ronald.

     Ya van cinco paseos en dos meses: San Isidro, El Callao y la Punta, Centro de Lima, Barrios Altos y Chorrillos.   Ronald tiene algo del espíritu curioso del siglo XVII holándes; una mezcla de cartógrafo (a la Pieter Goos o Johannes van Keulen) y pintor (Pieter de Hooch o Gerard Ter Boch) buscando ordenar y reordenar el paisaje del nuevo mundo; atento a la intimidad, a la vida cotidiana de la ciudad que tan fácilmente pasa desapercibida.   Investiga la historia de cada municipio y luego diseña la ruta.  Va solo primero –con un mapa- a explorar el vecindario midiendo las distancias y el tiempo.  Todos los tours duran dos horas, algunos incluyen paradas: un pisco sour en el hotel Bolivar (no muy lejos de donde quedaba el bar donde el gringo Morris inventó el celebre trago en los años 20), unos bocados de comida local, la vista desde lo alto de un edificio o el viejo altar de una vieja iglesia.  Ronald es puntual, parco en sus explicaciones y no muy efusivo, calmadamente apasionado. 
        Hace unas semanas visitamos juntos, solos él y yo, el Callao y Barranco.  “Jefe, el Callao es peligroso, tiene que tener cuidado si va a caminar por allí” me repetía Nicanor mientras me manejaba a la Fortaleza del Real  Felipe, donde debía encontrarme con Ronald.   Allí estaba sentado en un pequeño banco frente a la fortaleza, una inmensa obra militar construida por los virreyes José Antonio Manso de Velasco y Manuel de Amat y Junient para proteger a la ciudad de los piratas y corsarios. La construccion se incio en 1747 y no fue hasta 1774 que se inauguro.  La fortaleza fue el ultimo reducto espanol en America, las fuerzas realistas atrincheradas en Real Felipe resistieron hasta 1826 cuando finalmente se rindieron a las fuerzas patriotas.   A las puertas de la fortaleza, muy cerca de una pequena plaza,  encontramos una banda de niños con sus instrumentos musicales haciendo cola para visitar el castillo.  Se ven contentos, nos saludan -en ingles, por supuesto- y posan para que les tomemos fotos.   Aún cuando entre el Callao y Lima no hay frontera, se unen las dos en una gigante mancha urbana; son, desde el punto de vista administrativo, dos entidades distintas.  El Callao es, así lo dicen las aeromozas cuando los aviones aterrizan en el aeropuerto Jorge Chavez, una “provincia constitucional”, es decir, una provincia independiente de Lima.   El Callao tiene la reputación de ser un lugar peligroso y descuidado (a pesar de los esfuerzos del ex­-alcalde Khoury), no es un lugar donde paseen los turistas.  El Callao, sin embargo, es el municipio donde queda el puerto de Lima que fue a su vez, y por muchos años, la ciudad más rica del continente.  Si bien es cierto que fue devastada por los piratas primero y por los terremotos y tsunamis despues–sobre todo el de 1746 que la borro del mapa- es verdad también que todavía quedan edificios maravillosos donde vivieron y comerciaron los acaudalados de la época.  Los años y la desidia siguen desfigurando, junto al salitre, lo poco que queda en pie.  Aun así, se ve y se siente  todavia lo que fue el esplendor de antaño, el auge y la bonanza de las grandes casas comerciales.  El cambio que vivio Lima  -lo bueno y lo malo- ha tardado en llegar a esta parte de la ciudad.   Muy cerca del puerto queda el barrio de Chucuito, una franja muy estrecha que conecta la ciudad con el ultimo apéndice que es la Punta, una pequeña península que se adentra en el mar. 


Chucuito by the sea

Viejas casas de Chucuito

La Punta (St Tropez de Lima)

 Al este del Callao, en Chucuito y la Punta, todos los días son domingo.   A diferencia del resto de Lima aquí no hay casi carros y nada de tráfico, la gente pasea con calma y se conoce por nombre y apellido, no hay edificios altos ni grandes tiendas, casi ningún ómnibus, uno que otro taxi perdido, se escucha el mar y –sin nada de dificultad- el alboroto de los pelícanos y las gaviotas.  Chucuito es muy chiquito (valga la redundancia),  tres o cuatro cuadras de un extremo a otro (de mar a mar) con hileras de casas modestas pintadas de colores.   La zona fue repoblada en su mayoría por inmigrantes italianos que hace años, bastantes años, se mudaron a Lima.  Cruzando Chucuito se llega a la Punta, el único vecindario de clase media alta en esta parte de la ciudad, un balneario congelado en el tiempo, desconectado de Lima. “La gente de la Punta no quiere vivir en ningún otro lugar, los que nacen allí se quedan allí, les encanta” me dicen mis amigos de San Isidro y Miraflores como si hablaran de una tribu perdida que no quiere ser reencontrada.  “Yo fui hace tiempo.  Mi mamá y mi abuela cuando eran pequeñas iba a allá a veranear.  Allí viven muchos oficiales de la marina y gente que le gusta remar” me cuentan los de Surco, Barranco y la Molina.  En la Punta todavía la mayoría de las construcciones son de uno o dos pisos, hay hileras de palmeras y playas de piedra donde pasean los niños y la gente mayor, hay casas de comienzo del siglo XX bastante bien conservadas y unos cuantos restaurantes de ceviche donde almorzar.  Entramos al club de regatas donde el tiempo de detuvo por allá por los años 40s.  “Hay unos cien miembros” nos dice el portero sin aclarar cual es la edad promedio, “algunos reman todavía” nos dice cuando ve nuestra reacción.  Caminamos sin mucho apuro por el boulevard que va al borde del mar, por la pequeña plaza, le echamos un vistazo a la iglesia, nos quedamos viendo como le tomaban fotos a unos novios sonrientes (y algo sudorosos).   Ronald ve su reloj, ya es hora de volver, es casi dos horas desde que comenzamos a caminar.  Ronald va dando zancadas por Chucuito hasta el Callao y yo siguiéndolo de cerca, le pregunto si podemos ir a visitar el Rimac en una o dos semanas.  Me dice que tiene que revisar su calendario,  que en esos días puede que esté en el Cusco con los descendientes directos del Inca Huayna Capac.  Prioridades son prioridades, estoy seguro que alguna otra fecha vamos a encontrar.