En Madagascar una tarde hace ya tiempo

En Madagascar una tarde hace ya tiempo
no, no soy yo

martes, 23 de noviembre de 2010

Dos dias en Paracas (no Caracas)



 Me contaron que no muy lejos de Lima, unas tres horas al sur, hay unas islas donde los lobos de mar se echan al sol y los pelicanos comen despreocupados entre cormoranes y pinguinos mientras los turistas les toman fotos, algo asi como una version de bolsillo de los Galapagos ("el Galapago de los pobres" le dicen algunos).  Asi que reclute a Ariel, mi vecino de Caracas personaje ya legendario de mi blog, para que me acompane (a estas alturas Ariel ya es una suerte de Jean Passpartout y yo algo asi como la version de fin de semana de Phileas Fogg).  A las tres de la tarde un viernes, con Nicanor al volante (un amable taxista ya amigo) nos fuimos al sur a buscar el sol que le robaron a Lima.

   La Reserva de Paracas es un area protegida, la unica reserva marina del Peru, que cubre una peninsula seca sequisima y un punado de islas.   A Paracas se llega por la carretera Panamericana, la misma que dicen va desde Alaska a Argentina -con el hiato del tapon del Darien en Panama-.  El camino bordea el Pacifico y a ambos lados solo hay desierto, desierto y no mucho mas.  Nos dijeron que saliendo de Lima  habia una panaderia estupenda, parada obligatoria en la ruta del sur.   Lamentablemente y a pesar de nuestros esfuerzos, no la vimos ni la olimos.  Decidimos seguir sin escalas hasta nuestro hotel en Paracas.  Pasamos Pucusana, San Vicente de Canete, Chincha ("Chincha es un pueblo de negros, alli bailan buenisimo", nos dijo el mismo que recomendo la panaderia), luego Pisco (todavia saliendo de la resaca del terremoto de hace tres anos), y varios caserios mas, todos iguales, secos, empapelados de propaganda electoral.  El tiempo paso rapido, gracias en gran medida a un espontaneo contrapunteo de chistes mal contados, de historias de Jaimito y otras por el estilo.  Llegando a Paracas, algo perdidos, nos paramos para que algunos miccionaran (en Lima, en la ruta del aeropuerto al hotel Marriott, hay un anuncio en la calle que dice "Prohibido miccionar", a mi -que normalmente no cargo un diccionario- me hubieran metido preso).  Finalmente ya de noche llegamos al hotel, un Starwood de muy buen gusto, piscinas azules y estupendas camas.

   
           Temprano en la manana nos despertamos para hacer el tour de rigor a las Islas Ballestas, las mas accesible de las islas que salpican la costa de la Reserva de Paracas.  Nicanor,  que nunca en su vida se habia montado en barco, nos paso buscando al hotel para llevarnos al puerto (le encanto y no se mareo).  Apenas llegamos nos informaron que el paseo estaba retrasado, que habia que esperar que la neblina se despejara.  Aprovechamos para tomarle fotos a Ariel con el pinguino y para darle de comer a una pareja de pelicanos que, coquetos e indiferentes, se paseaban por la playa.  






      El paseo en bote comienza con una parada frente al Candelabro de Paracas, el famoso geoglifo, una figura cavada en la arena a la manera de las lineas de Nazca.  Abundan las teorias sobre su origen, no se sabe en realidad que tan viejo es o quien y por que lo hizo.  Se sabe muy poco de la civilizacion Paracas que florecio en esta franja de la costa entre 500 AC y 200 de nuestra era. 

   Una media hora en mar abierto hasta que llegamos a unos islotes abarrotados de vida.  Impresiona el contraste entre la abundancia de vida animal y la ausencia total de vegetacion.  Las islas Ballestas estan habitadas todo el ano por colonias inmensas de lobos marinos, pinguinos y millones (si, millones) de pajaros.  La cantidad de aves explica la capa blanca de nitrogeno asoleado (el excremento de los pajaros) que en lugares llega a tener 50 metros de profundidad.  Ya desde el tiempo de los Incas el guano era reconocido como buen fertilizante, a mediados del siglo XIX llego a convertirse en el primer producto de exportacion del Peru.  Cada tanto, aun hoy en dia con la competencia de los fertilizantes sinteticos, se recoge el guano y se exporta. 

        

 
      De vuelta al hotel nos comimos una muy (muy) buena hamburguesa al borde de la piscina, nos recargamos de vitamina D, paseamos por el muelle del hotel, flojeamos y, justo antes de montarnos en el carro, fuimos a miccionar.  Pisco, Chincha, San Vicente del Canete, Pucusana, todos los mismos pueblos -igual de arrugados- pero ahora en orden inverso.  Llegando a Lima, para desgracia nuestra, tampoco pudimos conseguir la biennombrada panaderia.   Tuvimos que conformarnos con mas historias de Jaimito.