En Madagascar una tarde hace ya tiempo

En Madagascar una tarde hace ya tiempo
no, no soy yo

domingo, 18 de enero de 2015

Andamos Limando (de nuevo): La fiebre del Colca



  Hace poco que el Congreso del Perú, en un derroche de consenso patriótico con tan sólo nueve abstenciones, bautizó el vasto cielo peruano; asi es, sancionó una ley (de esas de verdad verdad, debatida en el hemiciclo, con sellos y gaceta,  firmada y refrendada por el mismísimo Presidente Humala dándole el nombre de Quiñones a todo el espacio aéreo del país (http://www.larepublica.pe/22-05-2014/ollanta-humala-promulgo-ley-que-declara-el-espacio-aereo-como-cielo-de-quinones).  El cielo y las nubes (y todos los pajaritos) son ahora una estatua en honor al valiente piloto que murió en una de las guerras recurrentes, que como la fiebre de la malaria, cada tanto tiene Perú con Ecuador.  Así las cosas, desde la ventana del terminal del aeropuerto admirábamos nosotros seis el Quiñones azul y despejado  de viernes al mediodía mientras esperábamos para salir a Arequipa por el fin de semana.  Los Quiroga-Rabines y los Grunberg-Perez, padres, madres y sendos vástagos (Bernardo y Benjamín), contando los minutos para que comience nuestro viaje.  El plan era pasar la noche en Arequipa y luego visitar por dos noches el Cañon del Colca, el segundo más profundo del planeta luego del de Cotahuasi (también en Peru}.  Absortos con el azul del Quiñones no nos imaginábamos en ese momento la aventura que nos esperaba en el remoto Cañon. 

Arequipa by night




Santa Catalina


  Arequipa, la “Ciudad Blanca", la “Roma de America”, fue fundada en 1540 y hoy es la segunda ciudad más grande del Perú.  Con un casco histórico conservado, a pesar de los terremotos, Arequipa mantiene el semblante colonial que otras ciudades perdieron.  Calles empedradas, anticuarios, monasterios –el de Santa Catalina, maravilloso, protagonista de uno de los capítulos más pimentosos de Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán-, casas coloniales de nobles y conquistadores (hoy restaurantes y tiendas) y una plaza elegante con su Catedral y todo.  Una trama de callejones y bocacalles entretejidas con hileras de balcones, todo limpio e iluminado.  Todos los arequipeños paseando como nosotros por la ciudad vieja el viernes en la noche; Bernardo feliz lanzando coheticos caseros con una liga, Benjamín en su coche dándonos un discurso en su adorable idioma, una mezcla de yiddish y quechua, elocuente pero incomprensible.  Esa noche cenamos en Chicha, fabuloso restaurante de nuestro amigo el bueno de Patricio, un festín de camarón de río en todas sus formas: colitas y tenazas, en chupe, a la parrilla, ceviche, risotto…  No muy tarde volvimos a nuestro hotel, el Libertador, una vieja casona de mediados del siglo pasado bien cuidada y amablemente atendida.  La mañana siguiente, los días de Benjamín comienzan puntuales a las seis a.m., salimos emocionados a explorar los jardines del hotel donde vive una legendaria tortuga con una papada inmensa y toda la flojera del mundo.  “Todos los arequipeños” me dice Pablo mi amigo, “tienen una foto encima de la tortuga”, “todos conocen a Juana”.   La de la tortuga es una historia algo conmovedora debo admitir;  bajo el caparazón de normalidad hay una historia personal que muy pocos de los arequipeños conocen; nadie sabe su edad “120 o 135” me dice el jardinero, nadie sabe quién ni cuando llego ni cómo o por qué se quedó.  A estas alturas Juana es parte del hotel (de seguro es parte del fideicomiso en garantía a favor del BBVA y el Banco del Crédito del Peru que aparece precavidamente anunciado en una placa en la puerta del hotel).  Me dice el jardinero, aquí me revelan el drama de la vida de la tortuga, que hace poco un veterinario descubrió que Juana, la inmemorial Juana, es en realidad Juan, que la doña es en realidad un don, que el pobre ha vivido al menos 100 años de confusión de genero.  Todos los arequipeños desde el siglo pasado se han tomado daguerrotipos, polaroids y ahora selfies con el Iphone sobre el noble animal, todos esos niños sentados sobre el quelonio diciéndole “arre Juanita, arre” y el pobre Juan catatónico mirando el pedazo de lechuga que tiene enfrente.   Me acerco con Benjamín y lo saludamos, Benny lo toca y le dice “tai, tai”, Juan mueve el cuello a paso glacial y nos mira sin apuro ni aspaviento, nos mira con cara de macho, seguro de sí mismo,  Juan sabe que le quedan al menos otros cien años para aclarar la confusión. 


Juan, no Juana

Talia y Bernardo

Vanessa sale de nuestra habitación y se tropieza con Humala y Nadine que están en la habitación de al lado, puerta con puerta.  Vanessa lo ve y le parece conocido, “algún amigo de Daniel” piensa y sigue caminando en su enternecedora distracción.  Al rato se da cuenta de que es el Presidente de Perú (el mismísimo que firmo la ley de Quiñones) y nos cuenta emocionada, salimos Pablo y yo –incrédulos pero con alma de paparazzis- a buscarlo, a ver si Vanessa tiene razón.  Y así es, la pareja presidencial comparte el hotel con nosotros, sin guardaespaldas ni caravanas, sin el séquito incómodo del poder, los Humala, que copiones son, salen para el Colca también esa misma mañana.

  Después del desayuno nos recoge Hector en una camioneta grande para manejarnos a las Casitas del Colca cerca del pueblo de Chivay, un hotel de 20 habitaciones con tres llamas y un estanque lleno de truchas que hasta hace poco perteneció a Orient Express.  El viaje toma tres horas por una carretera de curvas que cruza la cordillera.  Yo había ido hace unos años con mi sobrino pero le había prestado poca atención a la altura, sólo me quedaba el recuerdo del páramo infinito y las vicuñas comiendo apacibles al borde de la carretera.  Salimos de la ciudad de Arequipa y comenzamos a ascender, pasamos Yura con su cementera empolvada y seguimos subiendo, más alto, más alto, cada vez más alto, y el aire enrareciéndose.  Nos detenemos por unos minutos para ir al baño y vuelve Vanessa (que esta embarazada) con el semblante distinto, pareciera como si hubiera estado en el campamento base del Annapurna: “es alto” comenta con la respiración acelerada.  Seguimos subiendo y yo haciendo memoria, tratando de recordarme qué tan alto se llega.  Benjamín duerme en mis brazos desde que salimos de Arequipa, duerme tranquilo hasta que casi llegando a los 5 mil metros se despierta, se pone pálido y comienza a vomitar.  El pobre Benjamín, Benjamín de la costa, ciudadano de Lima y Nueva York al borde del mar, no está acostumbrado a la altura.  Tiene los labios morados y la mirada apagada, comienza a sollozar.   Le pedimos a Hector que acelere para comenzar a bajar, al poco rato llegamos al punto más alto desde donde comienza una bajada empinada a Chivay a 3,600 metros.  Los labios de Benny vuelven a su color original, sonríe, nosotros respiramos aliviados.   El hotel queda al borde del cañon por el que corre el río Colca a unos 15 minutos de Chivay pasando un caserío que se llama Yanque.   Llegamos al hotel, bajamos nuestras maletas y nos instalamos cada familia en una casita.   Cada cabaña tiene una piscina de agua caliente en la terraza, un baño inmenso con una ducha al aire libre, una chimenea y una cama tamaño king bajo un candelabro señorial.  Es un lugar de lujo campestre, de jardinería impecable –incluyendo un huerto de vegetales y hortalizas (cebollas, remolacha, huacatay, apio y cilantro) que se consumen en el hotel-, hay eucaliptus perfumados, hay un spa donde nos hacemos un masaje con piedras de río, hay tres llamas simpáticas que toman leche de biberón, hay un perro peludo que se llama Manchas y un estanque con truchas mansas que no se dejan pescar.   Ese día almorzamos con calma, nos movemos lento, paseamos por el hotel sin sobresaltos, subimos y bajamos las escaleras sin cambios bruscos de velocidad.  Benny está contento, quiere recoger palitos y correr por la grama, quiere abrazar a Bernardo.   Dormimos relativamente bien, con algo de insomnio por la altura, pendientes de Benny que da vueltas en la cama.  Se despierta temprano y lo saco a jugar.  Es un día hermoso, el Quiñones con apenas una que otra nube, hace un poquito de frío y se escuchan cientos de pájaros cantar.   Llevo la cámara conmigo para aprovechar la luz maravillosa de esa hora en la que la mayoría de los huespedes todavía duermen.  Benny corre feliz haciendo declamaciones en su lengua privada, se distrae con una pareja de patos, explora el jardín mientras yo lo persigo con la cámara, el sol se le enreda en los bucles y yo empeñado en atrapar el momento; corre el principito y su papá tras él.  






Casi pescan



    Luego del desayuno Benny toma una siesta temprana y Pablo y yo aprovechamos para hacer una excursión al río.  Bajamos entre la maleza por una vieja trocha que nos lleva al lecho del Colca.  Es una caminata fácil y entretenida, vamos hablando de todo un poco, temas trascendentales y boberías, hay que adivinar el camino, vamos pisando las piedras con cuidado, saltando riachuelos, esquivando huecos.   Cuando llegamos al río comienza a llover y decidimos regresar.   Entramos al cuarto y, para nuestra sorpresa, encontramos a Benny vomitando y temblando, pálido de nuevo, con fiebre y aletargado.   Preocupado subo a la recepción del hotel y pido que llamen a un médico.  “Señor”, me dicen, “sólo tenemos el teléfono del doctor Gonzalo y no atiende, debe estar en algún pueblo o en la iglesia”.   Es domingo de Semana Santa y nadie sabe dónde conseguir ayuda.  No quiero pasar la noche en el hotel con Benny enfermo y me preocupa tener que manejar tres horas a Arequipa y pasar de nuevo por el abra a casi 5.000 metros de altura sin oxígeno.  Pregunto si tienen el número de una ambulancia y me miran desconcertados como si les hubiera pedido por un transbordador espacial.  Llamo a tres clínicas en Arequipa y me responden que no me pueden ayudar, sólo una tiene una ambulancia pero está en el partido de fútbol y no la pueden enviar: “Si no hay ningún jugador lesionado tal vez se la podemos mandar a las 9 de la noche” me responde la señorita.    Se me ocurre que llegó el momento de llamar a la embajada de los Estados Unidos a pedir ayuda.  Benny, Vanessa y yo somos orgullosos ciudadanos americanos y en este tipo de emergencias es cuando la patria responde.  Acabamos de ver todos la película Captain Phillips y esto es mucho más sencillo.  Además, es abril y yo acabo de pagar puntualmente mis impuestos, pueden usar el mismo dinero que acabo de darles para enviarnos ayuda, estoy seguro que no tardará en llegar un contingente por aire, por mar o por tierra con la canción de God Bless America de fondo, me ofrecerán enviar el portaviones Nimitz por el río Colca y yo les diré con mi inglés impecable que no hace falta, que basta con una modesta ambulancia.  Busco en internet el teléfono de emergencias del consulado y llamo.  Me atiende una contestadora pidiéndome que confirme que se trata de una verdadera emergencia.  Marco 1 y me atiende una señora peruana que me pide el nombre.  Al rato me transfiere y me atiende el teléfono un señor amable, Christopher me dice que se llama, a quien le explico la situación.  Angustiado le pido que por favor me ayude a conseguir un médico o una ambulancia.  Christopher me escucha y me responde así: “yo soy el oficial americano de guardia durante Semana Santa pero trabajo en USAID en temas ambientales.  Tuvo usted mucha suerte que cayó la llamada porque estoy en un lugar con mala recepción y el teléfono que tengo ni siquiera es un smartphone.”  “Señor Grunberg” me dice sin rodeos “quiero manejar sus expectativas.  Lamentablemente no hay nada que pueda hacer por usted, aún si fuera de vida o muerte (que así se lo describí) no hay nada que la embajada pueda hacer. No estamos preparados para casos como este.  Lo más que puedo hacer es enviar un email a otro departamento que tomaría dos días hábiles en responderse lo cual, en su situación, seria de muy poca ayuda.  Abajo en mi carro tengo una carpeta donde tal vez hay el número de teléfono de una clínica en Arequipa.  Quiere que baje a buscarlo?”    Le dí las gracias educadamente a Christopher y colgué.      Pedí un carro para ir al pueblo a buscar un médico.  En el camino a Chivay, por no dejar, llamé a Global Assist de American Express.  Me vino a la memoria la propaganda que alguna vez ví en la televisión  donde un tarjetahabiente  tiene un accidente y una atenta operadora resuelve todos sus problemas como si fuera Hechizada, la maravillosa mama de Tabata.   En la propaganda la operadora (una rubia de ojos azules con acento bostoniano) le consigue al angustiado tarjetahabiente en cuestión de segundos un médico, un abogado, un fisioterapeuta, y le hace llegar un ramo de flores.  Marco el número de teléfono y me atiende una señora en Pakistán a quien le explico lo que pasa.  Me pregunta donde estoy, que por favor le deletree Chivay.  Casi automáticamente comienzo: “C as in Charlie, H as in Honolulu, I as in India, V as in Victor…..” cuando me pide que deletree Cañon del Colca caigo en cuenta de lo inútil de la llamada y me despido, la operadora preocupada me pide que anote el case number.   Me doy cuenta que estamos sólos en el páramo y que tengo que apelar a las habilidades aprendidas en Venezuela.  Llegó a la Posta de Chivay (que así le dicen al dispensario médico) y entro a la sala de emergencias donde hay un doctor suturando el dedo de un campesino.  Sin esperar que le de de alta al campesino, le explico sobre Benny y le pido ayuda.  Walter, que así se llama el amable doctor, ofrece acompañarme al hotel.  Me cuenta que hay una ambulancia en el pueblo y le pido que la llame.  A los pocos minutos llega una camioneta blanca con una antena inmensa y Panchito al volante,  un señor de un metro cuarenta y cinco de altura con los dos dientes de adelante bañados en oro.  A nuestro contingente se suman dos enfermeras adiposas y simpáticas, llevamos una bombona de oxígeno –la única de la Posta- y una mascarilla que me cuesta 30 soles.  Panchito va raudo carretera abajo con la sirena a toda voz.  En el camino nos cruzamos con el carro del Presidente Humala que vuelve a Arequipa.  Panchito, Walter y las enfermeras se lamentan de ir apurados, hubieran querido hablarle para pedirle insumos para el hospital.   Ya en el hotel, el Dr. Walter ausculta a Benny y nos da su opinión: “no es mal de altura, es una infección viral o bacteriana porque tiene fiebre”.  Igual le pedimos que nos acompañe con la ambulancia a Arequipa, no queremos tomar el riesgo de pasar otra noche en Chivay y no queremos hacer el cruce sin oxígeno.  Les pregunto cuánto cuesta hacer el viaje y les pago en el instante.  Vanessa, que aún no ha visto la ambulancia, se la imagina parecida al Air Force One.   Cuando le abren la puerta trasera para que entre con Benny se da cuenta que no es de última generación; la ambulancia está vacía, en la parte de atrás hay sólo una camilla y la bombona de oxígeno.  Montamos a Benny en su coche y lo subimos, Vanessa se sienta a su lado en una silla incómoda al lado del doctor, tiene que agarrar ella el coche de Benny por las próximas tres horas para que no se mueva.  Panchito, el de la sonrisa refulgente, se sienta al volante y me promete que manejará con cuidado.  Talia irá de copiloto.  Pablo, Bernardo y yo en otro carro detrás de ellos.   Salimos apurados, pasamos Chivay  (“C as in Charlie, H as in Honolulu…..”)  y comenzamos a subir.  A medida que nos aproximamos al pase empieza a nevar, el Quiñones está encapotado.  Nosotros siguiendo la ambulancia en medio de la nieve y ellos delante bamboleándose en las curvas mientras  Talia va limpiando el parabrisas empañado.   Panchito, el Fitipaldi de los Andes, va sorteando el camino animado por los rezos de Talia y Vanessa.  Benny duerme.   No hay señal de celular en el camino así que Pablo y yo sólo podemos imaginarnos lo que acontece en la ambulancia.  Oswaldo, nuestro chofer, se queja de que Panchito va lento.   De vez en cuando escuchamos la sirena y lo vemos a lo lejos sobrepasando otros carros entre la neblina y el granizo.  Bernardito duerme, esta vez no vemos ni una sola vicuña.

La ambulancia de Panchito
Panchito listo para la travesia


    Finalmente llegamos a Arequipa donde nos espera Patricio para llevarnos a la clínica donde confirman el diagnóstico de Walter: un virus sin nombre.  Todos de vuelta al hotel donde, como era de esperarse, nos encontramos de nuevo a Humala.   A la mañana siguiente Benjamín se despierta temprano, como se siente mejor salimos a visitar al tortugo Juan que nos espera sentado donde siempre hipnotizado con su lechuga. Benny sonríe en el parque y yo feliz viéndolo mejor de ánimo.  Desayunamos y partimos al aeropuerto para tomar nuestro vuelo a la Lima litoral donde se respira mejor.  “No me parece que era un viaje como para Benny y yo embarazada. No hay que inventar” me dice Vanessa con calma cuando aterrizamos; yo, aliviado ya,  sonrío como Panchito -el chofer de la ambulancia-y le doy la razón. 

2 comentarios:

meyer dijo...

Danielito, como siempre te luciste, al final no importa a donde y con quien viajes, siempre se convierte en una aventura de final feliz. yo tambien tengo mi cuento de este diciembre, el dia 15 mi suegra sufrio la misma suerte que Carmen, estaba en una fiesta en Puerto Ordaz y paso una Gorda borracha, le dio un caderu el cual la tumbo y fracturo la cabeza del femur, para hacer el resumen, no se conseguia ambulancia, para la protesis, (la unica que se consiguio) hubo que esperar a que operaran a otra viejita que se habia roto la pierna unas horas antes y llego primero a la casa medica, para ver si sobraba el repuesto de la medida que necesitabamos, al final despues de 9 dias la lograron operar. ya esta caminando y todo marchando (no literalmente). Aqui en Vzla es un pecado enfermarte, especialmente en Diciembre. Bueno Mi Amigo, saludos y estamos pendientes. Saludos a la Familia.
Meyer

Grumberto dijo...

Si, me conto Ariel. Cualquier historia de esas en Venezuela es mucho peor que estar en Chivay.